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No es tan fácil ser bajito. Parte II.



CONOCIENDO EL MUNDO Cuántas cosas pasan alrededor de los dos años. Los niños, investigadores innatos, comienzan a conocer el mundo que los rodea, un mundo conformado no sólo por lo físico, los objetos, las personas, el espacio, sino también por un conglomerado de roles, reglas, interacciones, comunicación. Es en este proceso de socialización que se inicia donde el niño debe comenzar a integrar otros contextos diferentes al entorno familiar (el cual comúnmente gira entorno a él), núcleos sociales, el Jardín por ejemplo, de existencia previa a la llegada de este niño, con sus normas, rutinas, horarios, espacios, objetos y personas compartidos. En el Jardín el niño es el punto de partida y llegada, pero a su vez se visualiza como parte de una “microsociedad” que le permitirá experimentar primeramente, visualizar luego y posteriormente internalizar las pautas de convivencia que rigen cualquier encuentro de personas. En este conocer y conocerse los métodos no son los que los adultos conocemos, y no siempre los que esperamos o aprobamos. El niño experimenta el mundo a partir de la sensopercepción, es decir, a través de su cuerpo y los sentidos. En ese mundo nuevo habitan otros pares, semejantes podríamos decir en altura y edad, que normalmente aspiran también a los mismos intereses (mismo juguete, misma maestra, mismo lugar). En este conflicto de intereses la forma en la que el niño expresa su descontento es casi siempre corporal, ante la ausencia o la escasa oralidad, a partir de empujones, mordidas, caricias quizá un poco fuertes. A veces no es necesario que medie un conflicto de iguales intereses, simplemente del mismo modo que conozco el mundo, a través de mi cuerpo, intento conocer al otro, aunque no siempre logran medir sus fuerzas o contenerlas. Es importante que en este proceso que compartimos, Jardín y familia, conozcamos que tales eventos se encuentran dentro de un marco evolutivo absolutamente normal y esperable: los niños atraviesan aún según diferentes estudios la fase oral, y mucho de su placer se encuentra ligado a la boca y labios. Por ello los niños pueden tender a morder o morderse, sumado al conflicto de intereses del que hablamos en el párrafo anterior. Pero sepamos que nuestro rol implica la trabajosa tarea de mostrar al niño las alternativas en la resolución de conflictos o las formas más pertinentes de acercarse a sus pares. Esta tarea conjunta es igualmente trascendental en lo que respecta a la construcción de cualquier norma, pauta y hábito, de convivencia, orden, higiene, responsabilidad individual, autonomía e inicio en la autogestión. Si el niño es capaz de actuar en el marco de las mismas dentro de la institución educativa, debe propiciarse iguales resultados dentro del hogar.

No a los rótulos, sí a la defensa de la identidad.

Será imprescindible la comunicación entre Jardín y hogar, cuando un niño habitúa a morder o morderse. Ahora bien, en defensa de su identidad y teniendo en cuenta que también debe informarse a la familia del "mordido", nunca debemos dar el nombre de quien haya podido morder. Informar a los padres de este procedimiento evitará inquisiciones posteriores, teniendo en cuenta que los niños pueden estar de "uno" u "otro" lado de la cancha si se quiere ilustrar de alguna manera. Jamás exponer al niño a la salida, nunca frente a otros padres y mucho menos generar espíritu de "fulano el que muerde". Sepamos que los rótulos de la primera infancia son quizá los más dañinos y las etiquetas más difíciles de despegarse.

Un niño quizá hoy emprende el conocimiento de un amigo de una manera no adecuada y mañana el proceso seguramente invertirá los roles. Es una etapa que todos los niños transitan, deben hacerlo para conocer el mundo.


Está en nosotros comprenderlos, guiarlos, a nuestros hijos y a sus compañeros, como parte de este maravilloso grupo de aprendizaje que integramos como padres y docentes

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