No quiero ir a la escuela del bosque
Dicen los tam tam del bosque, que en esta escuela sólo se encargan de hacer notar al alumno aquello que no sabe o no puede hacer...
Siempre siento, creo, imagino, percibo que febrero es mi momento.
Me siento casi como Leonardo enfrente de un lienzo en blanco, lista para diseñar la más maravillosa de las obras de arte.
No se trata de la Gioconda...
Se trata del año en que mis alumnos y alumnas pasarán por mis manos.
Los tomo con cuidado, como quien toma algo que aprecia mucho y que desea cuidar, casi como si se tratara de una caja de cristal repleta de sueños.
Los miro, me miran, apenas nos conocemos...
Aunque creo que en el fondo, ancestralmente, estábamos destinados.
Hablé tantas veces de ellos en el verano, ese grupo casi abstracto que me estaría esperando en el año nuevo que empezaba.
Y ellos seguro que hablaron de mí, la maestra, esa figura casi lejana que sin embargo se transformará luego en parte de sus tardes y mañanas.
Nos imaginamos, jugamos en sueños, nos abrazamos, nos regalamos canciones, arte, retos, llantos...
Y luego llega el momento...
No sé si pueda abrazarte, pero voy a estar pensando en la mejor manera de que descubras todas las maravillas que están dentro tuyo.
No sé si usaremos témperas de colores o los teclados de una computadora, pero me encargaré de que vueles cada día con tu imaginación.
No quiero ser la escuela del bosque, no quiero que te detengas ni nos detengamos en lo que no se puede sino en lo que sí haremos.
No quiero que pienses que hay cosas que no te salen, sino en que hay cosas que son más difíciles pero que a la larga o a la corta se logran.
No quiero que nos juzguen.
Vos y yo, querido alumno, querida alumna, sabemos que ya estamos enlazados, entramados, conectados, encontrados, destinados.
Vamos, comienza febrero, comienzan los sueños.
El lienzo en blanco nos está esperando...
Después de todo...
¿Alguna vez dejamos de enseñar y aprender?
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