LLévame a la plaza
El gueto de Varsovia (Getto warszawskie, en polaco; Warschauer Ghetto, en alemán) fue el mayor gueto judío establecido en Europa por la Alemania nazi durante el Holocausto, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Fue implantado en el centro de la capital polaca entre octubre y noviembre de 1940. En el gueto fueron confinados sobre todo los judíos de Varsovia, así como también de otras regiones de Polonia bajo control alemán. También fueron internados los judíos deportados de Alemania y de los diferentes países ocupados por los nazis.
Fue concebido principalmente como campo de tránsito de las deportaciones para un destino final: el campo de exterminio de Treblinka, entre otros, y, como tal, formaba parte del exterminio en masa organizado, denominado con la expresión eufemística de «Solución final de la cuestión judía».
El gueto de Varsovia tenía una población estimada de 400 000 personas,1 un 30 % de la población de Varsovia, que se encontraban hacinadas en una superficie equivalente al 2,4 % de la misma ciudad. Durante los tres años de su existencia, el hambre, las enfermedades y las deportaciones a campos de concentración y de exterminio redujeron su población a 50 000 habitantes. Este gueto fue el escenario de la mayor acción de la resistencia judía contra el genocidio, conocida como el Levantamiento del gueto de Varsovia, iniciada en la noche de Pésaj del 19 de abril de 1943 y acabada el 16 de mayo del mismo año, siendo este alzamiento una de las primeras revueltas contra el nazismo en Europa.
El cuento que les acerco, y con el cual me convertí en ganadora del 9no Concurso Literario del Centro de Ana Frank Argentina, tiene como eje la vida en el gueto, su levantamiento como abrazo desesperado a la subsistencia y el final trágico que atravesó la vida de esta niña, como tantas otras... una niña cuyo deseo, sigue siendo tan simple como ir a una plaza.
LLÉVAME A LA PLAZA
“Los ayudamos con su pesado equipaje y luego nos ordenaron que separáramos a las mujeres y a los niños a un lado y a los hombres a los otros… Yo estaba de pie junto a otros hombres jóvenes, gritando. Les pedí que dejaran su equipaje (a las mujeres se les ordenaba que dejaran su bolso, y que lo tiraran al suelo). En ese momento percibí en sus ojos -en los ojos de las mujeres- cierta ansiedad; tenían miedo porque ¿qué llevás en el bolso?. Lo más importante. Una mujer quiso dejarlo y el alemán le dio un latigazo… No sabían que iban a morir en unos segundos. Cuando les cortaron el pelo, se les ordenó que caminaran durante unos minutos, hacia el fondo de las barracas, en dirección a la cámara de gas. Estoy convencido de que esa trampa era perfecta, de que cuando estaban en las cámaras y en lugar de agua empezaba a salir gas de la ducha, lo más probable es que pensaran que debía ser un error. Recuerdo [otro] transporte que llegó a mitad de la noche desde Holanda. Eran tres mil personas, y cuando las estaban sacando de las cámaras de gas para incinerarlas, pensé que hacía una noche preciosa, las estrellas… y habían muerto tres mil personas. No pasó nada. Las estrellas seguían en el mismo sitio”
Testimonio de Toivi Blatt.
El Oscuro carisma de Hitler
Laurence Rees
I
Quiero ir a la plaza.
Hace días que no salimos de este cuarto.
Voy a pedirle a mi madre cuando vuelva que me lleve a la plaza, no queda lejos, apenas a unas cuadras de nuestro nuevo lugar vi que había un parquecito pequeño con algún tobogán medio roto y un par de hamacas. Lo vi mientras el camión nos trasladaba a todos juntos.
Quizá algunos piensen que soy grande, Toivi me burlará seguramente. A mí no me importa. Todos saben mi debilidad por las hamacas. No puedo resistirme, siento que toco el cielo con las manos mientras el aire me despeina en las alturas y las cadenas crujen.
Mi madre y mi padre se conocieron en una plaza. No concibo idea más romántica del amor. ¿Quién sabe? Cuando crezca mi príncipe azul me estará esperando al final del tobogán.
Quiero ir a la plaza.
Con siete años aún necesitaré que mi madre me acompañe. Pero tan solo porque no conozco este nuevo lugar. Y para peor, hay demasiada gente aquí. Casi no conozco a nadie.
Si aún estuviera en Gdynia, pronto podría pensar en ir sola. Todavía puedo sentir la brisa marina en mi cara, ahh, el olor al agua cercana siempre me gustó. Cuando podamos volver, ir a ver el mar será lo primero que haga.
No me gusta este lugar, todo huele raro aquí. Estamos todos amontonados en este pequeño cuarto, compartiendo algunas pocas raciones de pan que trae mi padre o Toivi.
Lo único que disfruto es de la compañía de Teresa.
Ella estaba aquí cuando llegamos. Apenas entré con mi pequeño bolsito, me ofreció lugar para sentarme y sacó un trozo de pan que compartimos.
Creo que Teresa debe ser abuela. Quizá si le digo que me lleve a la plaza pueda hacerlo.
Por ahora sólo pienso en las hamacas. Mañana veré como me las arreglo para poder ir.
II
Llegó gente nueva al cuarto. Creo que con ellos ya somos más de veinte.
Una familia que tiene cinco hijos. ¡Cinco!. La más pequeña apenas debe tener semanas y está siempre prendida al pecho. Qué afortunada. No debe tener tantas ganas de comer como yo. Los pedazos de pan son cada vez más pequeños.
Quiero ir a la plaza.
Mi madre me dijo que por ahora no podíamos, que las calles estaban llenas de gentes enfermas. Pero creo que más que a las enfermedades, mi madre les teme a los soldados.
III
Ayer a la noche no pude dormir.
Los más grandes del cuarto, menos Toivi porque mi padre lo mandó a dormir temprano, conversaron toda la noche. Sólo sé que hablaron de armas, de fuegos, de resistir.
No puedo entender, si ellos son grandes deberían saber que es muy difícil pensar cosas extrañas con tantos soldados dando vuelta.
Y yo sigo sin poder ir a la plaza.
IV
Definitivamente no me gusta este lugar. Varsovia huele mal. Lo extraño es que mi madre, que siempre contaba de unos parientes relojeros que aquí vivían, hablaba durante el traslado que la ciudad era hermosa, radiante, que sus recuerdos más lindos de la infancia habían sido aquí, con sus tíos Sara y Adi.
No entiendo qué puede haber de lindo en esta ciudad rodeada de muros y suciedad.
Ya llevamos más de cinco meses aquí.
Estoy preocupada por Teresa, su tos es cada vez más intensa y casi no se levanta de su colchón.
Me preocupa tanto que a veces olvido mis ganas de ir a la plaza.
V
Hoy se llevaron a Teresa. La envolvieron en frazadas y no dijeron palabra alguna.
Tengo ganas de llorar, porque sin Teresa ya no hay nadie en este cuarto con quien pueda hablar.
Mi madre cose todo el día, y trata de mantener algo de limpieza en este sitio pequeño en el que convivimos cada vez más, aunque ya hoy seamos menos…
Los jóvenes volvieron a hablar anoche, y recibieron a muchachos de otro cuarto.
Empiezo a preocuparme.
Cuando me asusto, cierro los ojos y me imagino sentada en una hamaca, con el aire enfriando mis mejillas.
Tengo necesidad de ir a una plaza.
VI
Hablan de Operación Tempestad. No entiendo.
Pero esta noche comenzaron a escucharse disparos, ruidos, gritos… Es cerca de aquí. Toivi parece dormir. Pero el resto de los muchachos no está aquí.
No me gusta Varsovia. Yo sólo quiero ir a una plaza.
VII
Ninguno ha regresado, muchas madres lloran.
Los fuegos que duraron tanto tiempo han acabado, y sólo quedo el silencio, que a veces es más terrible y me da más miedo que los ruidos estrepitosos de las armas.
No creo que haya plaza ya para mí, ni para ningún niño.
VIII
Han pasado meses desde que estamos aquí, pero creo que nos vamos.
Unos cuantos uniformados nos hicieron levantar nuestras cosas en la madrugada y nos llevaron a la estación de trenes. Somos muchos…
¿Cómo entraremos todos?
Camino a la estación, observo la plaza de la que ya nada queda, ni siquiera la hamaca medio rota. Quizá donde vamos haya una plaza…
IX
Apenas puedo respirar. Apenas puedo pensar.
Estamos todos juntos, más que juntos, el tren se detiene en ocasiones y sacan algunas personas y suben otras.
Mamá me cuenta historias de su niñez. Me habla de sus plazas, de sus hamacas, de sus sueños.
X
Llegamos. La noche está estrellada.
Nos separan de Toivi y de mi padre, pero puedo quedarme de la mano de mi madre.
El lugar es tan grande que no puedo pensar en que no tenga plaza.
Mientras caminamos hacia las barrancas, siento el aire en mi mejilla como si estuviera volando en la hamaca.
A pesar de la puerta que se cierra, a pesar del temor, de la oscuridad total, a pesar de los gritos, por fin puedo sentir el viento de las hamacas en mi rostro.
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