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La narración: apropiarse de la palabra.


Las palabras invisibles

Nunca he arañado la tierra ni buscado

nidos, no he hecho herbarios ni

tirado piedras a los pájaros. Pero los

libros fueron mis pájaros y mis nidos,

mis animales domésticos, mi

establo y mi campo; la biblioteca era

el mundo atrapado en un espejo; tenía

el espesor infinito, la variedad, la

imprevisibilidad. Yo me lancé a unas

aventuras increíbles; tenía que trepar

por las mesas y las sillas corriendo

el riesgo de provocar unos aludes

que me habrían sepultado. Durante

mucho tiempo no logré alcanzar

las obras del estante superior; otras

me las quitaron de las manos

cuando apenas si las había descubierto;

y otras se escondían: yo las

había tomado, había empezado a

leerlas, creía haberlas dejado en su

sitio y después necesitaba una semana

para volver a encontrarlas.

Tuve encuentros horribles: abría un

álbum y caía sobre una lámina en

colores donde unos insectos asquerosos

bullían ante mí. Recostado en

la alfombra, emprendí unos viajes

áridos a través de Fontanelle,

Aristófanes, Rebelais: las frases

se me resistían como cosas; había

que observarlas, seguirlas de una

a otra punta, fingir que me alejaba

y volver a ellas bruscamente para

sorprenderlas descuidadas: la mayor

parte de las veces guardaban

el secreto.

Jean-Paul Sartre (1990), Las palabras,

Buenos Aires, Losada.

En la narración, la lectura, la escucha de un cuento hay una reinvención e interpretación, nunca son tareas pasivas, quien lee o escucha tiñe con su singularidad cada palabra, cada, párrafo. Para ello, cada uno propone este juego de riesgo y contacto, del mismo modo que decide utilizar nuevas palabras reinventando su vocabulario, jugando con el idioma, animándose, Es algo que deben hacer docentes y niños, padres e hijos, entusiasmados en este juego de palabras y de construcciones de significados.

En esta construcción nos encontramos con otros que hablan, interpretan, escriben, otras voces con otras posibilidades de dar otros significados tan valederos como los nuestros, ligados a sus vivencias.

Los niños, antes de saber leer, antes incluso de construir un lenguaje, pueden realizar sus propias lecturas. En La gran ocasión, Graciela Montes escribe: “Un bebé ‘lee’ el mundo que lo rodea, busca señales, anticipa acontecimientos según estas señales, registra lazos de significación entre un tono de voz, un rumor de fondo, un ruido de pasos por el pasillo y la desazón o el consuelo. [...] No es cierto que ese movimiento de la cortina, esa luminosidad o ese contacto con la colcha estén preparados para decirle lo mismo a cualquier otro bebé. Él ha construido la significación, es resultado de su trabajo” (Montes G., 2005). Estas “lecturas” resultan invisibles; y muchas de nuestras lecturas a lo largo de toda nuestra vida siguen manteniendo este carácter privado, íntimo. La actitud del lector –en un sentido amplio, no sólo es lector aquel que lee material escrito–: “es una postura única, inconfundible, que supone un cierto recogimiento y una toma de distancia, un ‘ponerse al margen’ para, desde ahí, producir observación, conciencia, viaje, pregunta, sentido, crítica, pensamiento” (ídem).

Cuando las diferentes lecturas toman voz, cuando el lector “toma la palabra”, la construcción de sentido se hace visible y en la oralidad se construyen nuestros pequeños primeros textos a ser leídos, resignificados por otros lectores.

LA NARRACIÓN Y LA APROPIACIÓN DE LA PALABRA


Cuando un niño visualiza a un adulto en actitud lectora, es decir leyendo en vos alta sin darse cuenta, buscando información, se conecta con la función social de la palabra. Primero la transmisión oral de una historia, que luego aparece con referencia escrita, siempre que el ámbito familiar permita y facilite este contacto.

A pesar de los diferentes enfoques, la escuela siempre sostuvo como necesario este acercamiento a la lectura, al libro. Aparece allí el docente como narrador, creando un clima especial en el cual va modificando el texto de acuerdo a la actitud de sus oyentes, imprimiendo ritmo, onomatopeyas, creando suspenso. Se aprende a narrar narrando, y es vital dar un espacio de aporte a los niños, que lo harán con el marco de sus vivencias e ideas previas.

Aquí es donde padres y docentes, donde adultos significativos nos convertimos en artífices de la magia. Démosle a la narración un espacio preponderante, no es lo mismo leer, que narrar.

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