Había una vez... no sé...
Los clásicos nos acompañan desde siempre. Nuestros recuerdos enmarañados a las historias de Perrault, los hermanos Grimm y Andersen, viven en hojas de libros y en voces de aquellos que nos acompañan en la niñez.
Hoy, los clásicos enfrentan quizá uno de sus máximos desafíos: la mirada actual.
El riesgo de los análisis asincrónicos es, precisamente, perder la posibilidad de ubicarse en un tiempo y espacio distinto al que habitamos. ¿El beneficio? Poder comparar.
¿Será siempre necesario el beso del príncipe?
¿Será siempre el lobo quien obre con suspicacia y maldad?
¿En qué escenarios se desarrollan? ¿Lugares próximos o lejanos? ¿Reales o imaginarios?
Lo interesante, jugar con la intertextualidad. Cuando aparecen cuentos reversionados, de inmediato un alerta se enciende en nuestro interior: algo está llamando a nuestra "textoteca interna", como enuncia Laura Devetach. Algo está movilizando y desafiando lo que tenemos apostado dentro.
Mientras el lobo habla con caperucita,
Blancanieves muerde la manzana.
¿Se encontrará en sueños con la bella durmiente?
¿Esperarán ambas el beso de un príncipe mientras conversan?
Pobre lobo, cuánto trabajo,
Ya no sabe si llegará a tiempo a la casa de la abuelita,
Si los siete cabritos caerán en su trampa
O si los tres chanchitos terminaron de construir sus casas de paja, madera y ladrillo.
Mientras todo esto sucede,
Siempre alguna bruja prepara sus pócimas,
Alguien pierde un zapatito de cristal,
Alguien desciende de la torre con su larga cabellera.
Los cuentos anidan justo allí, donde los dejamos,
Abrazados a la voz de alguien que supo contarlos justo a tiempo.
Antes que el despertador sonara para las princesas dormidas,
Antes que el lobo decida vivir su vida tranquilo en el bosque,
Antes que cenicienta compre un par de zapatillas y decida salir a entrenar en lugar de seguir limpiando.
Cuando todo eso suceda, abriguemos estos cuentos y pensemos que lo más maravilloso es que nunca los finales son algo que no se puede cambiar.
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