EL ÁRBOL QUE PLANTAMOS
En un principio se sintió muy cómoda, cobijada cálidamente en la tierra húmeda. Era chiquita, chiquita como más no podía serlo, pero rápidamente pasaron los días y empezó a sentir como sus brazos crecían cada vez más, hasta el punto que su lecho ya le parecía demasiado pequeño para sus ambiciones de semilla en desarrollo.
La lombriz, viajera experimentada que a menudo cruzaba el umbral de la tierra, le aconsejó que estirara sus nuevos brazos con todas las fuerzas, que lo que había afuera valía realmente la pena. Con el miedo de quien inicia un viaje incierto se concentró... y ahí va, qué fuerza tengo, que largos mis brazos, pero ¿qué es ese airecito frío que empiezo a sentir? Lo estoy logrando... Y lo logró...
Cuando vio la inmensidad del afuera se sintió mucho más pequeña que al principio, descubrió así la primera verdad: sólo se termina una etapa para comenzar una nueva. Esto le dio temor y unas ganas terribles de volver a la oscuridad segura de su seno subterráneo.
Pero que hermoso es ese brillo, cuánto me conforta su calor. Un bichito sin nombre le contó la segunda verdad: se llama sol, y sale todos los días, pase lo que pase. Aunque no lo veamos siempre está presente, y aún en las tormentas más fuertes deja entrever su luz, avisando que después de las nubes vuelve a brillar su candor.
Pero la tormenta igual llegó: y sus pequeños bracitos casi casi se quiebran con las fuerzas del viento. Pero allí le llegó otro secreto y lo descubrió sola: qué importante son nuestras raíces en los tiempos de problemas.
Pasaba el tiempo y ella seguía creciendo, y en la medida que crecía aprendía cada vez más verdades y sentía que más les quedaba por aprender. Esos bracitos débiles de semilla inexperta al nuevo mundo se fueron convirtiendo en un tronco, frágil al principio, fuerte cada día más. Y descubrió que sus brazos le daban hojas verdes y hermosas, y que esa lluvia que antes tanto miedo le daba le servía para hacerse frondoso, brillante. Y fue así como nuestra amiga empezó a recibir amigos que le enseñaron muchas otras verdades que sola nunca hubiera descubierto. ¡Qué importante son los amigos en el camino del aprendizaje!
Las hormigas que la visitaban a diario le enseñaron que el trabajo y el esfuerzo es la única manera de obtener todo lo que necesitamos. Aunque las hojitas les pesaban, ellas seguían adelante... ¡Cuántas veces el trabajo agobia nuestras espaldas!.
La vaquita de San Antonio le enseñó a confiar en sus propios sueños para poder realizarlos. Le gustaba tenerla entre sus hojas.
Un pajarito recién nacido le mostró lo hermoso que es volar, largarse a volar apenas se comienza a vivir, pero volar siempre y disfrutar volando.
El hornero, que construyó su nido entre sus ramas, le demostró cuán importante es construir siempre sabiendo dónde estamos orientados.
Tuvo muchas amigas orugas que a menudo desaparecían. Hasta que se enteró que eran luego esas mariposas multicolores que alegraban el cielo. Entonces comprendió que para ser mariposa indefectiblemente hay que ser oruga. No se pueden saltear los pasos fundamentales.
Los gansos, en su vuelo conjunto, le enseñaron lo importante que es volar juntos para no dejarnos caer cuando nos cansamos.
Esta semilla incipiente de tierra húmeda fue un árbol enorme que aprendió muchos secretos. En otoño sentía un gran duelo por sus hojas crispadas y amarillas caídas en el suelo, pero descubrió que era necesario perderlas para ganar otras en la primavera siguiente.
Siempre que algo se pierde, es porque otra etapa debe comenzar.
Desde los lugares más pequeños, desde los seres más sencillos que habitan la Tierra, es desde donde podemos descubrir las verdades más maravillosas.
By Leila Daleffe
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