Cuando es tiempo de ángeles
Cuando un niño se aleja de nuestro lado, parte del mundo se va con él. Y digo parte del mundo aunque en realidad podríamos pensar que el mundo entero se transforma, adquiere otra dimensión y ya nada vuelve a ser lo mismo.
Cuando un niño se aleja, detrás del dolor inconmensurable de la familia está también el vacío de quienes acompañaron sus días de alguna manera.
Hace algunos años me tocó vivir ese vacío.
Tuve que atravesar el vacío en la Sala, tuve que cerrar una carpeta de dibujos que ya no volvería a abrirse, tuve que doblar un pintorcito aún con olor a témpera fresca.
Tuve que enfrentar el momento de entregar todos esos retazos de infancia a su mamá.
Y hoy quiero escribir esta entrada porque a lo largo de mis veinte años de profesión fue el momento más duro que tuve que afrontar.
No hicieron falta palabras, sólo hubo un abrazo y bastantes lágrimas.
No hay recetas para atravesar el dolor.
Pasaron las mañanas y aún sentía su olor en la sala. Siempre tenía la sensación que me faltaba uno de mis alumnos, en esa "contada" imperceptible que realizamos las maestras en cada desplazamiento.
Pasaron muchos años.
Y aún tengo los recuerdos tibios de su carita, y tuve ganas de escribir. Después de todo, éste es un espacio de niños, para ellos y por ellos.
Hasta el sur de mi país volví a contactarme con su mamá, una mujer admirable y entera por donde se la mire.
Y después de esos tantos años, me doy cuenta que aún cuando abro mi carpeta tengo su foto de gauchito.
Pero lo que más me asombra, es cómo a pesar del dolor y de las ausencias las estrellas siguen brillando. El sol sale cada día y la gente sigue su rumbo. Al principio no entendemos... ¿Cómo es que nada ha cambiado si el eje de lo que creíamos perfecto se ha corrido?.
Será tal vez porque cuando es tiempo de ángeles, nunca hay una total y absoluta despedida.
Les dejo la poesía que escribí para mi alumno, y que fue publicada en el diario días después de su "hasta luego".
A veces el cielo necesita ángeles. Entonces, en formas y momentos que a menudo no entendemos, uno de esos ángeles pequeños que nos rodean suben la escalera. Y no podemos dejar de preguntarnos por qué...
Porque son demasiado puros...
Porque son demasiado especiales...
Porque son demasiado ángeles...
Cuando te conocí, Gero, no pensé que uno de mis ángeles se podía ir de mi lado, de mi salita de jardín con aroma a polenta, masa, chupetín y juegos. Yo pensé que nunca ninguno de mis ángeles iba a abandonar su lugar en la merienda, su pintorcito, su pincel lleno de témpera.
Tal vez porque pensaba que no había mejor lugar para un niño...
Quizá esté equivocada...
Quizá no entienda...
Quizá estés ahora en un jardín lleno de toboganes y flores, donde no haya que dejar de pintar para lavarse las manos (qué aburrido, seño!!!) antes de compartir las galletitas.
Yo voy a tener que seguir adelante, porque tengo otros ángeles que tiran de mi guardapolvo para pedirme upa, un beso, o que les haga malabarismo con las pelotas de colores.
Pero en el corazón de una maestra, como en el de una mamá, hay un lugar especial para cada uno, y en el tuyo Gero tengo grabada a fuego tu foto de gauchito, tu cabecita rubia, tus ganas de jugar cada mañana con los amigos.
Eso y otras imágenes que no encuentran las palabras, es lo que quiero guardar bajo llave, como un tesorito que voy a liberar cada mañana por si de alguna forma querés acompañarnos, travieso, en el tren.
By Leila Daleffe
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