Y usted... preguntará por qué cantamos...
Y se hizo el silencio, era marzo. Las aulas apenas habían comenzado a abrirse. Los chicos estrenando mochilas, guardapolvos y sueños.
Los que empezaban salita de dos, con chupete colgando y mantita.
Los que empezaban sala de 5, con sus caras de gigantes del Jardín.
Los que empezaban primero, con los lápices bien afilados y los cuadernos en blanco reclamando letras.
Los que empezaban séptimo, con miradas cómplices hacia la secundaria.
Los que empezaban primer año, sintiéndose de nuevo como en primer grado.
Los que empezaban quinto año, con la promesa del mejor ciclo de su vida escolar...
Pasó un vendaval y se llevó arrebatado todo esto por delante...
Las calles se vieron vacías, las escuelas cerradas, las aulas desnudas con alguna cuenta sin resolver o algún dibujo pintado secándose en la cartelera.
En menos tiempo del que tardó el Dios de algunas religiones en crear el Mundo, los docentes inventamos un nuevo universo.
Un universo sin tiempos, sin abrazos, sin palmadas, sin retos y sin recreos.
Un universo que nos puso la vida patas para arriba y cabeza hacia abajo.
Nos vimos reclamados en todo tiempo y espacio, y a nada, créanme, a nada o casi nada le dijimos que no...
Este nuevo universo permitió que los de salita de dos indagaran, conocieran y exploraran desde casa.
Los de sala de 5, vivieran su último año de Jardín contenidos, queridos, repletos de aprendizajes distintos, pero aprendizajes al fin...
Los de primer grado, se alfabetizaran en el sentido más amplio de la palabra, el que incluye sumergirse en un mundo nuevo creado por la sociedad que habitan...
Los de séptimo grado, los de primer año, pudieron seguir adelante con formas distintas de vincularse, de investigar, de organizar el saber, el ser y el hacer...
Los de quinto año, bueno, quedarán en sus deseos seguramente muchas cosas sin cumplir, y otras tantas que recordar...
Sin embargo, en ese universo que creamos los docentes, los niños y las familias, pasaron cosas maravillosas.
La solidaridad, el empuje, la valentía, la empatía, la preocupación, el reinventarse permanentemente.
La conciencia de aquellos que no habitan sus derechos, y la lucha denodada por minimizar los coletazos de una situación que no dejó lugar del planeta sin sentir el temblor.
Y entonces, digo y me pregunto, llega el momento de pensar. De reflexionar, de mirar y mirarnos. Y cantar, todos juntos y bien fuerte, para que nos escuchen, en medio de la tormenta.
Cantar como decía Benedetti... y bien fuerte, para que golpee cada una de las paredes de quienes vieron este nuevo universo solamente desde sus ventanas...
Si cada hora vino con su muerte, si el tiempo era una cueva de ladrones los aires ya no eran Buenos Aires, la vida nada más que un blanco móvil. Usted preguntará por qué cantamos. Cantamos porque el río esta sonando y cuando suena el río suena el río. Cantamos porque el cruel no tiene nombre y en cambio tiene nombre su destino. Cantamos porque el niño y porque todo y porque algún futuro y porque el pueblo. Cantamos porque los sobrevivientes y nuestros muertos quieren que cantemos. Cantamos porque llueve sobre el surco y somos militantes de la vida y porque no podemos ni queremos dejar que la canción se haga ceniza. Cantamos porque el grito no es bastante y no es bastante el llanto ni la bronca. Cantamos porque creemos en la gente y porque venceremos la derrota. Cantamos porque el sol nos reconoce y porque el campo huele a primavera y porque en este tallo en aquel fruto cada pregunta tiene su respuesta.