De la esperanza y otros cantares...
Quien educa debe ante todo humanizar.
La acción educativa es ante todo una acción humanizadora.
Es desarrollar en todos los individuos su potencial más profundamente humano.
Es impulsar sin prisa pero sin pausa el descubrimiento del mundo y el ejercicio de la propia habilidad para descubrirlo y recrearlo.
Es contagiar esperanza, pensar en "la posibilidad de lo imposible", para lograr un mundo más feliz y con menos grietas...
Es pensar que, como dice Mayor Zaragoza, lo que los seres humanos hemos hecho, los seres humanos podemos cambiarlo...
Educar es también iniciar el viaje de la vida abriendo horizontes y mostrando caminos.
Pero no todo es tan simple...
En el medio, urge recuperar el lugar de lo importante, de lo trascendente, empezar a acomodar los estantes dejando de lado aquello que ya no habremos de usar...
Recuperar apasionadamente la función educativa y humanizadora de la Escuela, superando las visiones de rentabilidad y eficacia.
Es necesario ofrecer un clima de respeto y libertad, para docentes y alumnos, sin renunciar a la pasión y al convencimiento.
Es necesario leer la realidad, y más allá de los impedimentos y cansancios personales, poder mirar el objetivo real y final de todo esto...
Se trata de la esperanza.
La esperanza que tiene forma de infancia...
Que no significa aguardar paciente o pasivamente, sino construir una esperanza dinámica, colectiva, comprometida y activa.
La esperanza debe ser constante, no tiene lugar para los que se rinden...
Cuando la esperanza se comparte, el camino de construcción del mañana es claro ante los ojos de todos.
¿Tenemos en claro qué es lo que esperamos?
¿Construimos colectivamente la esperanza?
¿Enseñamos a nuestros niños a vivir en un mundo donde quepa la posibilidad de hacer cambios sostenibles?
¿Los invitamos a ser parte?
Como educadores y como padres, la esperanza debe ser más que un simple enunciado.