Un mundo donde la infancia sea el eje
En una situación en donde parece que la única solución es barajar y dar de nuevo, quizá haya que comenzar por poner en el centro aquello que merece ser visto con otros ojos.
En un mundo patas para arriba, donde hasta la fuerza de gravedad parece estar en duda, ellos flotan en el aire...
Con sus preguntas, sus cuestiones cotidianas, sus inquietudes...
Nos cuestionan, nos reclaman, nos invitan a mirar el mundo a un metro de altura.
Muchas de sus dudas no tienen respuestas, y es en esa falta donde comprendemos que no todo puede ser resuelto de un momento para otro. Ellos también lo están aprendiendo.
Hay sin embargo una sensación de deuda.
En algún momento los corrimos del eje y los dejamos como decían nuestros abuelos, como último orejón del tarro.
Y hoy, tironeados por la realidad, giramos y los vemos.
Nos reinventamos, luchamos, esgrimimos nuevas ideas y templamos nuevos argumentos.
Ellos están ahí, son las infancias de siempre, que dependieron de nuestra mirada que no llegaba.
Miradas perdidas en el mundo adulto.
Pero hoy pudimos verlos.
Quizá sea el momento para redireccionar el eje de la tierra...
Ya no seamos teocentristas.
Abandonemos el antropocentrismo...
Convirtamos al mundo con un movimiento de niñocentrismo, donde ellos se conviertan en el eje, el centro de todas las discusiones, la columna vertebral de todas las teorías.
Quizá, si hacemos algo por los niños hoy, solo quizá, logremos realmente cambiar el mundo de una vez por todas.