Garantizar la producción del alumno
Mucho hablamos en estos días de diversidad. Hablamos de singularidad, de comprender al otro y comprendernos a nosotros mismos en nuestra diferencia.
No obstante, pensamos que el abordaje de la diversidad supone actividades específicas y sistemáticas que, de hecho, bien puestas están desde lo curricular y lo pedagógico y han significado un notorio avance desde la palabra y la acción.
Pero… luego vemos una de las áreas preferidas de los docentes es el Arte. Ahondamos en maravillosos proyectos que permiten a los niños desarrollar habilidades múltiples, conocer el bagaje cultural artístico de la humanidad y expresar sus emociones y su mundo interior.
La pregunta es… ¿Es en esos momentos de libre elección donde respetamos la diversidad?
¿Somos capaces de “bancarnos” la diferencia o preferimos exponer un mural de Monalisas hermosas pero… iguales entre ellas?
¿Buscamos rescatar la esencia de los movimientos artísticos y trabajar a partir de ellas por producción o contraposición?
¿Damos a nuestros alumnos la posibilidad de planificar su obra y respetamos algunas elecciones?
¿Nos aseguramos que las exposiciones e instalaciones que a menudo compartimos con la comunidad educativa tengan un alto grado de participación de los niños?
Hoy quiero detenerme en la cantidad de veces en las diferentes páginas que compartimos el fruto de nuestro esfuerzo y de los esfuerzos de los alumnos traducidos en cantidades de obras idénticas. Vistosas, asombrosas, perfectas, pero idénticas…
Y cualquier docente que haya pisado una sala sabe que las producciones de los niños siempre tienen su sello y su particularidad. A mí me encanta, por ejemplo, descubrir que cuando se dibujan en un autorretrato algo de su fisonomía está destacado y exagerado: ojos enormes, pelo “amarillo”, muchos rulos…
En este punto debiéramos preguntarnos… para quién trabajamos? ¿Trabajamos para lograr lo mejor de ese niño o trabajamos para mostrar lo maravilloso de nuestra tarea puesto en una pared?
Queridos colegas, no se trata de desatender la intervención del docente sino todo lo contrario. Creo firmemente en la recuperación del espacio del docente como gestor de los aprendizajes de los niños, y en valerse de espacios multitareas para los grupos numerosos, para que nos permita asesorar, ayudar, guiar, orientar cuando es necesario. Ya retomaremos en la próxima entrada el rol de intervención del docente, que jamás implica “tocar el trabajo del alumno”.
Este rol debe garantizar la particularidad de la producción. ¿Cómo? Pensemos algunos tips:
Organizar actividades iniciales donde se permita a los niños elegir variedad de soportes, materiales y herramientas.
Abordar los diferentes artistas de manera creativa, rescatando alguna característica de ese movimiento u obra. Por ejemplo, jugar con la Monalisa y colores fluo para el fondo.
Ser claros en la consigna y dar espacio a la creatividad del niño.
Mostrarnos al servicio de su creatividad, por ejemplo, si desean efectuar algún cambio factible en la consigna o necesitan un color específico de acuerdo a lo que han pensado.
Elegir instalaciones que respondan a movimientos artísticos actuales y que den un espacio de intervención directa del que lo hace y del espectador. Por ejemplo, Yayoi Kusama o Marta Minujín, donde los niños sean verdaderos partícipes de la obra.
Conceptualizar las obras no como una reproducción exacta, sino enseñarles a reconocer las diferencias de estilo y las metamorfosis dentro de la trayectoria de un mismo pintor, por ejemplo, Pablo Picasso.
Y por último, aceptar realmente la diferencia. Exponer con orgullo los diferentes estilos de nuestros alumnos y cambiar lo que consideramos “estéticamente bello y perfecto” por aquello “pedagógicamente hecho por y para el niño”.