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INFANCIA ARREBATADA


En la semana previa al Día del Niño, a celebrarse en nuestro país, pensar en la infancia, con todos los análisis sociopolíticos y comerciales que conlleva, aún sigue mereciendo por estos lares cierto grado de dignidad humana.

Mientras nosotros elegimos los regalos de nuestros hijos, sobrinos y nietos, algunas infancias han sido arrebatadas de raíz, a lo largo y ancho de este territorio, a lo largo y ancho del mundo.

No sólo el hambre, la desnutrición, el trabajo infantil, la esclavitud, la trata…

Hay prácticas que aún se sostienen y parecen inverosímiles.

86 millones de niñas en todo el mundo podrían sufrir la ablación de sus órganos genitales externos en 2030 si esta práctica continúa en los 29 países de África y Asia donde está más arraigada.

Más de 125 millones de mujeres y niñas en todo el mundo han sido víctimas de la mutilación genital femenina, más conocida como ablación. Además, en los últimos años se han dictado leyes contra la ablación en Uganda, Kenia y Guinea Bissau. Sin embargo, la prohibición de esta práctica no implica su cumplimiento ¿Qué es la ablación?

Existen distintos tipos de ablaciones; la mutilación de tipo I es la eliminación del prepucio del clítoris y la II el corte total o parcial del clítoris, a veces con el corte de los labios menores. Estos dos tipos son los más comunes en el África occidental, mientras que en la parte oriental de este continente abunda la de tipo III, que es la ablación total con sutura de los labios de la vulva. A lo largo de la historia se ha creído que la práctica de la ablación está sustentada en la religión, de manera especial a la religión musulmana; pero numerosos estudios demuestran que ninguna religión justifica ni alienta, la realización de la misma. Yaratullah Monturio, especialista en textos coránicos, explica que "la ablación femenina es muy anterior al Islam y no forma parte de las enseñanzas islámicas. A pesar de que, algunas etnias de diversas espiritualidades han continuado con esta costumbre ancestral, las supuestas justificaciones basadas en la religión están en desuso". Más de 20.000 niñas sufren de fístulas vaginales, una lesión grave en su aparato reproductor a causa frecuentemente de violaciones con alto grado de violencia física, que las segrega y las aparta de sus comunidades debido a sus consecuencias en torno a la incapacidad de contener orina y heces. Estas niñas no vuelven a tener una vida normal y mueren apartadas de la sociedad, a causa de múltiples infecciones.

Un caso de especial análisis son los llamados “Niños brujos”. En el Congo y Angola, se culpa a los niños de las desgracias y se les acusa de brujería. Cualquier enfermedad o penuria familiar provoca el abandono y la tortura infantil.

Olivier, un niño de nueve años, sabe que su madre murió hace tres años, pero no comprende por qué le culpan a él. «No soy un brujo», dice. «Yo no la hechicé». Su madre murió a causa de un virus que arrasó en Kinshasa, y un tío le acusó de brujería y le abandonó en la calle.

Desde entonces, Olivier trata de sobrevivir mendigando por los mercados de Kinsasha. El año pasado, volvió a casa de su tío para pedirle perdón. «Dijo que me quemaría vivo si volvía a verme», cuenta Olivier.

El caso de este niño es muy común en el Congo. Según Save the Children, en Kinsasha hay unos 30.000 niños en la calle, abandonados por sus familias y acusados de brujería.

Según esta organización, una reciente caída de precio de los diamantes en las minas de Mbuji-Mayi desencadenó el abandono de cientos de niños acusados de brujería. Y un informe del año pasado de UNICEF reveló que el número de niños acusados de brujería en esta zona es "masivo".

Algunos atribuyen el aumento de la persecución de niños a las guerras. Veintisiete años de guerra en Angola y constantes guerras en el Congo han dejado a muchos niños huérfanos, y pocos medios para alimentarlos. «El fenómeno de la brujería empezó cuando los padres empezaron a no poder cuidar de sus hijos», dijo Ana Silva, a cargo de la protección de niños en el instituto angoleño para los niños. «Así que empezaron a buscar una justificación para echarles de la familia».

Muchos de estos niños son torturados y sus agresores rara vez son castigados. En el año 2000. apuñalaron a un niño acusado de brujería. Una madre de Luanda le quemó los ojos a su hija de 12 años para librarla de lo que ella pensaba que eran visiones demoníacas. En agosto, un padre inyectó ácido de batería en el estómago de su hijo de 12 años porque temía que fuese un brujo.

Estas infancias surcadas por la desgracia, encuentran responsables no sólo en el seno tribal. Mientras esto siga sucediendo, todos tendremos un grado de responsabilidad. La infancia arrebatada, aquella que no llega a conocer la seguridad de la protección, el amor incondicional y el cuidado, existe a causa de quienes la generan, y de quienes la ignoran.

Ayudemos, demos a conocer, conozcamos.

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