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El valor del juego


"Jugar para un niño es la posibilidad de recortar un trocito de mundo y manipularlo, sólo o acompañado de amigos, sabiendo que donde no pueda llegar lo puede inventar. Así define el juego, el juego libre que es la verdadera necesidad del niño.

Todos los aprendizajes más importantes de la vida se hacen jugando en la primera etapa de vida (de 0 a 6 años). De aquí la importancia del juego en estas edades y el permitirles explorar en libertad.

Mientras el adulto juega para divertirse el niño juega para jugar. Entender esta diferencia nos permitirá valorar mejor el jugar. No les hace falta jugar para divertirse a los niños como a nosotros, ellos juegan por jugar."

Francesco Tonucci

En los años cuarenta y cincuenta, los niños pasaban mucho tiempo al aire libre, jugando en grupos en la vereda, la terraza o el potrero a juegos como la billarda, el sapo, el juego de las estatuas o las bochas.

Los varones se reunían para jugar a la cinchada o al fútbol, o aprovechaban los grandes baldíos para remontar barriletes que ellos mismos construían. Los que tenían kartings, autos a pedales, triciclos y bicicletas daban “la vuelta de la manzana”. Como las casas tenían grandes patios, los chicos de la familia –que por lo general incluía a hermanos y primos–pasaban allí muchas horas del día. Las niñas saltaban a la soga, disfrutaban jugando a las escondidas, a rondas como la de La Farolera o la de San Miguel, a las estatuas y al fideo fino. Empujaban el aro de mimbre con un palito, realizaban juegos de rimas como el Pisa Pisuela, A la lata, al latero y, sin que las vieran, probaban embocar el balero. Los varones jugaban con

bolitas y autitos (a los que rellenaban con masilla o plastilina para aumentar el peso y evitar que volcaran en las carreras), hacían girar trompos y competían para ser el más diestro con el balero. Niñas y niños se juntaban para jugar a la rayuela.

Jugaban con juguetes de fabricación casera, como las pelotas de trapo y las muñecas de tela o cartón, y con unos pocos comprados o regalados, como los soldaditos de plomo, los trenes

eléctricos, las cocinitas de hojalata y los “malcriados de pasta”.

Algunas niñas tenían “la Marilú”.

Si había que quedarse adentro, jugaban juegos de mesa, como el ludo, el dominó, las damas, juegos de cartas y al juego de la oca. También al tatetí, con el yoyó o con las figuritas.

¿Cuántas de estas instancias de juego, tan vitales para la creatividad, la inteligencia emocional y las habilidades de pensamiento se han perdido hoy en día?

Inútil es soñar con un mundo que ya no es, porque lo cierto es que hoy nuestros niños manejan a la perfección tablets, Ipod, Play Station, y cuanto elemento tecnológico esté al alcance de su mano. Es una realidad de la que no podemos huir, habrá quienes acuerdan y quienes no en cuanto a las pérdidas y ganancias que esto implica.

Lo cierto es que ante estos nuevos elementos de juego, observamos en nuestros hijos y alumnos algunas consecuencias visibles: dificultades al momento de jugar solos o acompañados, impaciencia, avidez por cantidad de elementos de juego, y si ahondamos un poquito más (será tela de otra discusión) bastantes dificultades en relación a la motricidad fina, pero un perfecto manejo del desliz de los pulgares opuestos.

Ante esta realidad, debemos replantear y fortalecer el valor inalienable del juego en toda infancia.

Será necesario en casa proveer momentos y elementos que inciten al juego. ¡Ojo! Creo que no se trata sólo de cuanta pista de autos o castillo de princesas encontremos en la juguetería. Tampoco creo que se trate de abocarnos por completo a jugar con ellos. Consultando profesionales de la psicología he llegado a la conclusión que es importante que los niños aprendan a jugar solos. Esto los enfrenta con sus primeras limitaciones creativas y es ante el límite que surge la maravilla. No debemos como padres ni como maestros solucionar cuanta cuestión lúdica sea necesaria. Nuestro espacio es la mediación y en todo caso, será también la determinación de apagar la tele e invitar a jugar. Los niños deben aprender a aburrirse, a no saber a qué jugar, para luego encontrar lo mágico del juego creado. Si los dejamos jugar solos a pesar de sus propuestas, la tarde que les propongamos un juego juntos será especial para padres y niños, y no una obligación de la vida parental moderna.

Quizá sea buena idea darles polenta, vasitos, un puñadito de fideos y ollas, cucharas, broches de ropa, telas, como un mundo de juego eurístico (ya ahondaremos en otros post) que se abre en casa.

En cuanto al Jardín de Infantes, surge la imperiosa necesidad de recordar que el juego es y debe ser el motor y el lenguaje de la infancia. Es aquí donde nos encontramos con la esencia pura de los niños. En el Jardín no hay tele, no hay Ipod, en el jardín están los otros y el juego.

Ante esto, el niño se conecta naturalmente con su ser lúdico, propone, dispone, interactúa, relaciona. El docente, como mediador, busca diferentes momentos de juego, desde aquellos de mayor libertad hasta bingos o loterías donde aparecen contenidos subyacentes. Pero lo cierto es que lo que diferencia la materia lúdica en el jardín es la intencionalidad docente. El juego se convierte entonces en medio y en fin, donde los aprendizajes interactúan con este natural lenguaje.

Por ejemplo, podemos recoger información de los juegos que jugaban nuestros padres y abuelos, o bien los que jugaban los pueblos originarios, o aquellos que aún juegan los niños en el Norte Argentino. Y a su vez, jugarlos, explorarlos, reinventarlos.

El valor y el lugar del juego en la vida de los niños y las niñas pequeños resuena en varios ámbitos. Muchos autores señalan su importancia desde diferentes perspectivas.

En el jardín de infantes, el juego se presenta de múltiples maneras: los niños juegan entre ellos antes de que se inicie la jornada; los maestros proponen juegos de palabras, juegos de mesa, les acercan disfraces y otros elementos para dramatizar; los invitan a jugar en grupos o en parejas; los niños se agrupan para jugar en el patio y le sugieren al docente juegos que juegan en sus hogares.

En este contexto, proponer a los alumnos del Nivel Inicial preguntarse sobre los juegos y los juguetes puede convertirse en un modo de introducirlos en el conocimiento del ambiente. Partimos de la base de que el enriquecimiento y la complejización de la mirada que tengan los niños sobre el ambiente es lo que da sentido al abordaje de contenidos de Ciencias Sociales en este nivel. En efecto, consideramos el ambiente como “... un complejo entramado que en su totalidad resulta inabarcable. Esto se acentúa aún más si recordamos que nuestros destinatarios son los alumnos del jardín de infantes. Por lo tanto, es necesario seleccionar contextos específicos a partir de los cuales organizar proyectos de trabajo en la sala”

( Kaufmann y Serulnicoff, 2000).

A medida que los niños indagan el ambiente social enriquecen su capacidad de juego. A su vez, mientras el juego de los niños se va complejizando, impulsa nuevos interrogantes para interpelar al ambiente.

De tal modo, es imprescindible ahondar en la construcción de una propuesta didáctica capaz de asumir uno de los compromisos del Nivel Inicial: “alentar el juego como contenido cultural de valor incentivando su presencia en las actividades cotidianas”. A la vez que se intenta promover en los alumnos “el disfrute de las posibilidades del juego y de elegir diferentes objetos, materiales e ideas para enriquecerlo en situaciones de enseñanza o en iniciativas propias” (Núcleos de Aprendizajes Prioritarios, Nivel Inicial, 2004).

El juego será como debe, protagonista de varios posteos en este encuentro de padres y docentes.

Bibliografía de consulta y sugerida

KAUFMAN, V., SERULNICOFF, A. (2000), “Conocer el ambiente: una propuesta para

las ciencias sociales y naturales en el Nivel Inicial”, en: Malajovich, A. (comp.),

Recorridos didácticos en el Nivel Inicial, Buenos Aires, Paidós.

– (2005), “Conocer el ambiente: una propuesta para las ciencias sociales y

naturales en el Nivel Inicial”, en: Malajovich, A. (comp.), Recorridos didácticos

en el Nivel Inicial, Buenos Aires, Paidós.

LORENZO, L. (2001), Muñecas para admirar, jugar y cantar, publicación

del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano Museo

Nacional del Hombre, Buenos Aires.

MAGRASSI, G. y otros (1982), “Los juegos indígenas”, en: La vida de nuestro

pueblo, Nº 15, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.

MANDRINI, R., OTELLI, S. (1992), Volver al país de los araucanos, Buenos Aires,

Sudamericana.

MARTÍNEZ CROVETTO, R. (1987), Deportes y juegos de los indios onas de

Tierra del Fuego, Ushuaia, Cabo de Hornos Ediciones.

PÁEZ, J. (1972), “Del truquiflor a la rayuela. Panorama de los juegos y

entretenimientos argentinos”, en: La historia popular, Nº 57, Buenos Aires,

Centro Editor de América Latina.

PALERMO, M. (1999), Mapuches, Buenos Aires, A.Z Editora, 1999.

SALAS, H. (2001), “Figuritas”, en Clarín, 15 de setiembre.

SERULNICOFF, A. (1998), “Reflexiones en torno a una propuesta de trabajo

con las ciencias sociales”, en: La educación en los primeros años,

Buenos Aires, Novedades Educativas.

VILLAFUERTE, C. (1957), “Los juegos en el folklore de Catamarca”,

en: Revista de Educación, Suplemento Nº 5, Ministerio de Educación de la

provincia de Buenos Aires.

XURSO, I. (s/f), “Las muñecas y el balero, la timba y el villar”, en: diario

La Nación, fascículo Nº 12: “El diario íntimo

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